EL CRISTIANO Y LAS ELECCIONES
por Eduardo
Sánchez Gauto, Th.M.
El próximo domingo 22 de abril es día de elecciones
generales en mi país, Paraguay. Ante la ocasión, deseo ofrecer algunas
reflexiones que sean útiles para los cristianos que participen, como electores
o elegidos, en las vibrantes democracias de América Latina.
La primera y fundamental idea, que debe regir nuestro
criterio en cualquier proceso político electoral, es que la soberanía de dicho
proceso no reside en el pueblo, ni en el magistrado, ni en algún cuerpo legal.
Como cristianos y reformados entendemos que Dios es el único Soberano (Judas 4). A Él debemos honrar; solamente a Él
debemos temer (Isaías 8:13).
La segunda idea, igualmente fundamental, es que
nuestra verdadera patria no está aquí, sino con el Señor Jesucristo, quien dijo
claramente: «Mi Reino no es de este mundo» (Juan 18:36). Jesucristo, Dios y
Hombre, es nuestro verdadero Rey y el depositario de nuestra lealtad final.
Como súbditos y siervos de Jesucristo, estamos en camino
a otra patria (Hebreos 11:13-15); una patria caracterizada por la justicia (2
Pedro 3:13). Nuestra afiliación política debe ser la de la ciudad –la polis– que tiene fundamentos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10). Para resumirlo en otras
palabras del Nuevo Testamento: aquí somos peregrinos y extranjeros (Hebreos
11:13; 1 Pedro 2:11), porque nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos
(Filipenses 3:20).
Tanto Pedro como el autor de la epístola hacen una caracterización
típica de nuestro estado como «peregrinos y extranjeros». Para el mundo romano,
el «peregrino» no era aquel que iba caminando hacia un santuario para cumplir
una promesa; esa acepción surgió mucho después. El peregrino era un sujeto del
derecho romano de gentes, y su nota característica es el hecho de que carecía de la ciudadanía romana y por
tanto, de todos los privilegios y derechos que dicha condición traía aparejada
(véase por ejemplo Hechos 22:25-29). Por lo tanto, todo gobernante y estructura
de gobierno de este mundo quedan automáticamente relativizados ante la realidad
de que nuestra búsqueda prioritaria debe ser la del reino de Dios y la justicia
propia del mismo (Mateo 6:33).
Ahora bien, ello no implica que la respuesta cristiana
a la política sea una huida del mundo, encerrarnos en nuestros círculos
impolutos de creyentes y dejar, indiferentes, que las cosas sigan su marcha.
Pablo, hablando en Romanos 13:1 de un Imperio Romano pagano, corrupto y cruel,
nos manda a someternos a las autoridades superiores porque han sido
establecidas por Dios. Pedro, en 1 Pedro 2:13-17, insiste en ello; y manda
también: «Honrad a todos… honrad al rey» (1 Pedro 2:17).
Calvino, en su estilo único, reafirma esta verdad:
[N]o se debe
a la perversidad de los hombres el que los reyes y demás superiores tengan la
autoridad que tienen sobre la tierra, sino a la Providencia de Dios y a su
santa ordenación, al cual le agrada conducir de esta manera el gobierno de los
hombres. Porque Él está presente y preside la institución de las leyes y la
recta administración de la justicia. (Institución, IV:xx,4)
Asimismo, Jeremías indica a sus compatriotas,
exiliados en una ciudad lejos de su verdadera patria: «Y buscad el bienestar de
la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor
por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar». (Jeremías 29:7, LBLA).
En otras palabras: si bien somos peregrinos y
extranjeros en esta polis (ciudad),
el Señor nos manda que honremos sus autoridades, su gobierno (política), y que busquemos su bienestar.
Este deber señalado por Dios hace ilícita la respuesta del aislamiento y la
huida para los cristianos; y nos llama a una participación responsable, un aporte sólido que verdaderamente
busque el bienestar de la ciudad y de todos quienes en ella habitan. A la luz
de tales exhortaciones, es indudable que la abstención total de la vida
política, por santa que parezca, no es un camino apropiado para el cristiano.
Finalmente, la comunidad de los cristianos, la Iglesia
de Cristo, no debe identificarse con partido u opción política alguna.
Eclesiastés 4:13-16 nos dice la razón en pocas líneas: toda opción política es
necesariamente efímera y cambiante. Lo que hoy parece esperanza, mañana puede
ser desilusión. Identificar a la Iglesia con cualquiera de tales opciones es
prostituir y banalizar el evangelio eterno del Señor Jesucristo. Es pervertir
con partidismo el púlpito; y es condenar al pueblo de Dios al cinismo, al
escepticismo y a la amargura. Si alguno nos pide definición por uno o por otro,
la respuesta de la Iglesia debe ser la del Señor de la espada desenvainada en
Gilgal (Josué 5:13-15): ¡NO!!
Entonces, atendiendo a estos principios rectores, cabe
preguntarnos: ¿Cuál es el papel que un cristiano debe cumplir en las
elecciones? Tentativamente, podemos ofrecer las
siguientes consideraciones:
- La
misión de la Iglesia de Cristo es fundamentalmente diferente a la del
gobierno civil. Por tanto, no es lícito identificarla con un partido o
candidatura política determinados. Si ello sucede, se está instrumentando
la Iglesia; se la está usando como algo desechable, para el provecho
personal de algunos en detrimento del bien común.
- Si
nuestro país utiliza los mecanismos democráticos para la elección de
autoridades, debemos participar de los mismos, y elegir sabiamente.
- Es
nuestro deber considerar en oración las distintas candidaturas, y elegir
de acuerdo con lo que nuestra conciencia, informada por el Espíritu Santo,
nos dicte.
- Para
ello debemos tener en cuenta varios factores. En el actual proceso
electoral paraguayo algunas organizaciones que se auto-nombran
representantes de la Iglesia evangélica están promocionando una de las
candidaturas abiertamente bajo la
excusa de la defensa de la vida y de la familia. Defender la vida y la
familia es un aspecto importante que debemos considerar sobre las
propuestas de los candidatos, pero no es el único; también está la lucha
contra la corrupción y el saneamiento político y moral de la nación, entre
muchas otras cuestiones de indudable impacto electoral (Proverbios 14:34).
- Aceptemos
el resultado de las elecciones, y obedezcamos a las autoridades, teniendo
en cuenta la exhortación que nos hace Calvino: «Nosotros, por nuestra parte, guardémonos sobre todas las cosas de
menospreciar y violar la autoridad de nuestros superiores y gobernantes,
la cual debe ser para nosotros sacrosanta y llena de majestad, ya que con
tan graves edictos Dios lo ha establecido; y esto lo debemos hacer aun
cuando es ocupada por personas indignas, que en cuanto de ellas depende la
manchan con su maldad». (Institución, IV:xx,31)
- Finalmente,
no olvidemos nuestro objetivo último en todo lo que hagamos. Al elegir o
ser elegidos, así como en cualquier área de la vida, hagamos todo para la
gloria de Dios (1 Corintios 10:31).
Que estas breves líneas nos ayuden a conducirnos en el
proceso electoral de un modo que honre al Señor y a su Iglesia.
SOLI
DEO GLORIA
Eduardo Sánchez Gauto, Th.M.
Abogado, traductor, teólogo y docente. Master en Teología (Th.M.) en teología filosófica por el Calvin Theological Seminary de Grand Rapids, Michigan (EE.UU.). Ejerce la docencia en la Facultad Evangélica de Teología y el Seminario Presbiteriano del Paraguay. Está casado con Gloria Riego y es miembro de la Iglesia Cristiana de la Gracia.
Comentarios
Publicar un comentario